Por Carla Martínez Dantí. En unComo. Descubre algunos trucos para devolver la normalidad a tu vida y seguir tu rumbo con los pies en el suelo. El amor, a veces, es adictivo, como las drogas, y por eso nuestro cerebro se activa preso de tal influencia.
Cuando alguno de los miembros de una pareja estable empieza a considerar la posibilidad de acabar con la relación surgen multitud de miedos que con frecuencia paralizan la decisión y eternizan el proceso. Miedo al dolor Por mucho que la sociedad tienda a criminalizar a aquél que toma la decisión de terminar con la relación, quien deja también sufre. El cariño y apego desarrollados a lo largo del tiempo que haya durado el noviazgo o el matrimonio no se borran de un plumazo y desprenderse de la persona con quien individuo comparte su vida es doloroso. El sentimiento de culpa y la gabela que supone el autorresponsabilizarse del agonía ajeno son en muchos casos lo suficientemente fuertes como para desanimar a mucha gente que quiere tomar la decisión. Aunque alguno de los cónyuges o incluso ambos sea plenamente consciente de que no quiere estar con su pareja, la alternativa de afincar solo es tan aterradora que no se atreven a dar el paso. Estabilidad y comodidad Es difícil renunciar a la seguridad que aporta una pareja estable. La sola idea de abandonar todo eso, mudarse, dar explicaciones a familiares y amigos, encontrar nuevas compañías, aprender a rellenar el tiempo que antes se compartía, etc. El miedo al fracaso Construir un boceto de vida junto a una andoba supone una importante inversión de tiempo, energía, esfuerzos e incluso dinero.