A mi parecer, las claves para afrontarlo ya no radican tanto en la necesidad de profundizar en los presupuestos antropológicos, teológicos o canónicos que avalan la condición y la misión de la mujer en el seno de la Iglesia. En mi opinión, se trata de un desafío vinculado estrechamente con la comprensión acerca de la vocación y misión de los fieles en la Iglesia, sobre todo de los laicos. Estos matices o acentos personales son precisamente los que señalan las diferentes prioridades y sensibilidades de cada Romano Pontífice. Desde la perspectiva de la Fe, poco añade que un Papa sea de un lugar u otro; en cualquier caso, es el Vicario de Cristo en la tierra. En mi opinión, esos matices que especifican su labor obedecen no sólo a los diversos contextos culturales de procedencia de cada Papa, que considero importantes en cuanto contribuyen a troquelar su personalidad, sino también a las demandas sociales y pastorales de cada momento histórico. Cada Romano Pontífice ha sido deudor de su tiempo, con sus propios desafíos, por ello las comparaciones son odiosas. Wojtyla tuvo que hacer frente desde el comienzo de su pontificado a dos mundos desiguales: el mundo de las libertades modernas y el mundo de las dictaduras. Pero sobre todo se supo administrador e intérprete de la herencia del Concilio Vaticano II. Siguiendo la descripción de uno de sus mejores biógrafos, «con Juan Pablo II, el Prefecto forma un equipo perfecto.
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