Pero se conocían desde mucho antes: vivían a tres cuadras de distancia y él era compañero de trabajo de su marido. Fue la soledad que sobrevino a la viudez primero de uno y después del otro lo que los unió. Pese a que la relación prosperó, y ya llevan un noviazgo de tres años, decidieron seguir viviendo en casas separadas. El amor y la pasión parecerían relegarse necesariamente con el paso de los años. Esto se ha ido corriendo. A los 70 todavía se puede pensar en una persona activa, trabajando, enamorada. Se suponía que después de la menopausia, después de los 50 años, una mujer no tenía interés en enamorarse o en la vida sexual. Eso ha cambiado porque la cultura lo promueve.
Cuando empezaron a ser amantes, ella época una niña ansiosamente lectora y con un padre ausente. Tenía trece abriles. Él, cincuenta. Tampoco es que el tipo se andase con demasiados recatos: en sus libros se jactaba de mantener sexo con menores de época, de once años para arriba. Época un pedófilo y un pederasta agradecido. Esta obra revolucionó Francia en enero y ahora llega a España para seguir pidiendo responsabilidades a un globo sordo: en ella, Springora denuncia un fallo sistémico. Los médicos. Los policías. Los profesores.