Y se le acercó para hacerle fiestas y gestos agradables. Pero el niño, espantado, forcejeaba al acariciarlo la pobre mujer decrépita, llenando la casa con sus aullidos. Una vela chica, temblorosa en el horizonte, imitadora, en su pequeñez y aislamiento, de mi existencia irremediable, melodía monótona de la marejada, todo eso que piensa por mí, o yo por ello -ya que en la grandeza de la divagación el yo presto se pierde-; piensa, digo, pero musical y pintorescamente, sin argucias, sin silogismos, sin deducciones. Tales pensamientos, no obstante, ya salgan de mí, ya surjan de las cosas, presto cobran demasiada intensidad.
El progreso traza los caminos derechos; empero los caminos tortuosos, sin progreso, son los caminos del genio. Cuando superamos diversos problemas, crecemos. No poseo nombradía, pero nací hace dos días. Soy feliz. Me llamo alegría.
Pues no ser imbéciles. Viene del latín baculus que significa «bastón»: el imbécil es el que necesita bastón para caminar. Hay imbéciles de varios modelos, a elegir: a El que cree que no quiere nada, el que dice que todo le da gemelo, el que vive en un eterno bostezo o en siesta permanente, ya tenga los ojos abiertos y no ronque. Todos estos tipos de estulticia necesitan bastón, es decir, necesitan apoyarse en cosas de fuera, ajenas, que no tienen nada que ver con la libertad y la reflexión propias. Y al revés: los hay que son linces para los negocios y unos perfectos cretinos para cuestiones de ética, para evitar la imbecilidad en cualquier campo es preciso prestar atención, como ya hemos dicho en el capítulo anterior, y esforzarse todo lo posible por aprender.